(1Sm 16, 1-13 / Sal 88 / Mc 2, 23-28)

Ayer terminábamos la primera lectura con la sentencia que Samuel le hacía al Saúl: “Por haber rechazado la orden del Señor, él te rechaza a ti como rey…” tras esto, al ver amenazado su reinado, el rey reconoce su desobediencia, no tanto por arrepentimiento sino por amor a su corona.

Hoy hemos escuchado la elección del rey David, en la que se nos muestra la misericordia de Dios, cuando le dice a Samuel, “no te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”. Si Dios nos ha confiado algo es porque nos sabe capaces.

Dios quiere amarnos porque Él es amor, no porque tengamos cualidades especiales o espectaculares, es un Padre y como buen padre, se preocupa todos sus hijos y nos da lo que necesitamos aún por medios que no nos imaginamos. Nosotros también podemos ser el medio por el que Dios quiere llegar a alguno de nuestros hermanos, por eso hay que cuestionarnos si nuestra manera de vivir le hace presente o no.

Los fariseos, y quienes creen conocer completamente a Jesucristo, ya no se esforzarán por crecer en la fe, se limitarán a hacer «lo que esta bien», «lo que se debe ser», quienes procuran conocerle más tienen presente que “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado”; no se trata de “hacer por hacer” sino de vivir conforme a nuestra esperanza. “Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes, para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento”, y nos esforcemos por alcanzarla no sólo por aparentar.

(P. JLSS)