(1 Sam 1, 9-20 / 1 Sam 2, 1. 4-5. 6-7 / Mc 1, 21-28)
La aclamación que hemos escuchado antes del Evangelio, “Reciban la palabra de Dios, no como palabra humana, sino como palabra divina tal como es en realidad” (Cf. 1Tes 2,13). Debe hacer que nos cuestionemos qué tan atentos estamos para escuchar a Dios en medio de tantos ruidos y distractores.
Hemos escuchado la continuación de la historia de Ana, mamá de Samuel, quien aun en medio de las injusticias y desprecios que vivía en su casa de parte de Peninná, no desiste en su petición a Dios; El texto dice que lo hace llena de amargura y con muchas lagrimas, quien cree en Dios no está exento de experimentar estos sentimientos, sin embargo, confía más en Él que en su tristeza.
Es allí, en medio de su dolor, cuando ella escucha la voz de Elí que la manda a su casa: “Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido”, en el Evangelio hemos escuchado cómo el Señor calla al demonio que atormentaba a la persona que se le presenta, al Señor se le debe escuchar más que a cualquier otra cosa.
En estos momentos de tu vida ¿a qué le estás prestando más atención? ¿Al desánimo o a la esperanza? Esta última debe estar fundamentada en Jesucristo y lo fundamentado en el nada lo derrumba. Padre amoroso, envía a nuestros corazones al Espíritu Santo para que experimentemos tu amor y gracia, eso nos basta. Queremos decir como Job: «Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Job 42, 5).
(P. JLSS)
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