(Prov 3, 27-34 / Sal 15 / Lc 8, 16-18)

Ayer se nos invitaba a confiar más en Dios y en convertir su misericordia en un tesoro para nosotros, también se nos invitaba a no dejarnos distraer ni por los problemas de nuestro alrededor ni por el dinero (ni por alcanzar más ni por la posibilidad de que nos falte), nuestra experiencia del amor de Dios debe ser mayor que cualquiera de estos distractores.

Quien se deja distraer por cualquiera de estas cosas, buscará culpabilizar a Dios por esto y en lugar de procurar ser responsable y hacer lo que esté en sus manos para que el mal sea menor, se conformará con describirlo; quien deja que la avaricia le domine se hincará primero ante el dinero que ante Dios, estos últimos son los que por lo general, facilitan más el mal del mundo, se cierran a sus hermanos, se creen inalcanzables. La soledad está más cerca de los ricos.

“No envidies al hombre malvado ni imites nunca sus acciones, porque el Señor aborrece a los perversos y es amigo del hombre justo”, en el salmo escuchábamos una pregunta que quienes creemos en Jesucristo sabemos su respuesta con claridad «¿Quién será grato a tus ojos, Señor?» el que ama a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo.

Dejémonos invadir por el amor de Dios y que nos dé miedo perderle, dejémonos impresionar por su misericordia y vivamos como enamorados, para que se cumplan en nosotros los deseos de Jesús: “Que brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las obras buenas que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos.”

(P. JLSS)