LUNES – SEMANA III DE CUARESMA

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(2Re 5, 1-15 / Sal 41-42 / Lc 4, 24-30)

Ayer con la escena del Evangelio de la expulsión de los vendedores y cambistas del Templo por parte del Señor, se nos invitaba a reconocer la necesidad de desterrar de nuestras vidas todo aquello que nos aleje del verdadero culto a Dios. Todo aquello que nos aleje de poder experimentar su inmenso amor en nuestras vidas.

Una de las principales limitaciones a la acción de la misericordia de Dios en nosotros va a ser la falta de humildad, tanto para reconocer que necesitamos de su ayuda, como para estar dispuestos a recibir esta ayuda ¿Qué tanta disposición tienes a la acción de la gracia en tu vida?

«Confiemos en el Señor y en sus palabras, porque del Señor viene la misericordia y la redención», lo único que necesitamos es querer, creer en Jesucristo y reconocer que en la cruz nos ha liberado de todo aquello que podría esclavizarnos. Dejemos que el Señor se acerque a nosotros, él no quiere nuestro mal, quiere que seamos libres de todo (cf. Gal 5, 1-2).

Aprendamos de Naamán, que se atrevió a hacer algo muy sencillo que se le pedía y allí se encontró con Dios y su poder. A nosotros también se nos pide algo sencillo: creer en Jesucristo y en el poder de su obra salvadora. Pidamos a Dios la fe que nos falta y que la purifique de todo estorbo. “…si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho; cuanto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano”.

(P. JLSS)

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