(Is 42, 1-7 / Sal 26 / Jn 12, 1-11)

Quien vive encerrado en su soberbia y no quiere abrir su corazón al amor de Dios buscará cualquier pretexto para no hacerlo, habrá quienes buscarán destruir aquello que no puedan refutar. Eso sucedió con Lázaro, nos dice el Evangelio que “los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.”

La Cruz es el mensaje de amor más grande que podremos recibir, Cristo quería dejar muy en claro la voluntad de salvarnos que tiene el Padre; en la Cruz, podemos reconocer cumplida la profecía de Isaías: “Proclamará la justicia con firmeza, no titubeará ni se doblegará, hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza”. ¿Qué tanto le escuchamos?

Quien no escucha al Señor o se deja distraer fácilmente, se va a hacer como los personajes que por soberbia querían desaparecer a Lázaro, aunque disfrazado de bondad, como Judas que al ver el perfume que le embarraban al Señor exclama “¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” No le importaban tanto los pobres, se le hacía un desperdicio gastarlo en Cristo,

Pidamos a nuestro Padre Celestial que por acción del Espíritu Santo nos conceda conmovernos profundamente con el misterio de la Cruz para recordar con quién contamos y no andar de temerosos. Contamos con alguien que jamás nos ha abandonado ni nos abandonará. “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?”

(P. JLSS)