MARTES – DE LA SEMANA SANTA
(Is 49, 1-6 / Sal 70 / Jn 13, 21-33. 36-38)

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En el relato de la última cena, justo después del lavatorio de los pies y después de decir que no es el siervo más que su Señor, ni el enviado mayor que quien lo envía (cf. Jn 13, 16) nos dice el Evangelista que “cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: «Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar»”. Anuncia la traición de Judas, muy conmovido…

¿Qué pasaría por la mente del Señor? Todos en algún momento de nuestras vidas hemos experimentado la traición y sus estragos, razón por la cual podemos hacer empatía con el Señor y entender la reacción de los demás discípulos que no entienden de quién se trata, de pronto el ambiente de esa cena cambia completamente.

El ejemplo que da el Señor en estos momentos nos enseña a tener la mirada puesta siempre en la voluntad de Dios, reconocer que rebasa nuestra realidad y aunque no le comprendamos a primera vista, Él siempre cumple sus promesas. “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará”.

Por eso podámosle hoy al Padre Celestial acreciente nuestras confianza en Él, en su cuidado y providencia, que el ejemplo de Jesús nos lleve a exclamar las palabras del Salmo: “Señor, tú eres mi esperanza, que no quede yo jamás defraudado. Tú, que eres justo, ayúdame y defiéndeme; escucha mi oración y ponme a salvo. Sé para mí un refugio, ciudad fortificada en que me salves. Y pues eres mi auxilio y mi defensa, líbrame, Señor, de los malvados.”

(P. JLSS)

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