(2Re 24, 8-17 / Sal 78 / Mt 7, 21-29)

No nos queramos engañar a Dios no se le puede impresionar con la apariencia, el mira nuestros corazones (cf. 1Sm 16, 7), por ello Jesús asegura: “No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.”

Dios es misericordioso, nos ama infinitamente y quiere que todos nosotros nos salvemos, sin embargo, también es justo. Si toda la vida le rechazamos no nos obligará a estar con Él toda la eternidad. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y debemos vivir en este amor (cf. 1Jn 4, 16-18), preocuparnos por corresponder a éste inmenso don e ignorar aquello que nos aleje del mismo.

Quien se cimienta en el amor de Dios, comenzará a poner en práctica el mensaje evangélico que se resume en amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos. “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca.»

Padre bueno, te pedimos que nos preocupe más disfrutar tu amor y vivir conforme al mismo y no tanto aparentar ser buenos. El libro de los reyes reconoce que el rey Joaquín pierde su reinado porque “hizo lo que el Señor reprueba”. Que el Espíritu Santo nos conceda la humildad necesaria para ser responsables y no andar buscando culpables externos cuando se presenten las consecuencias de nuestras acciones.

(P. JLSS)