(Rm 3, 21-30 / Sal 129 / Lc 11, 47-54)

El pecado para quien no reconoce la salvación que Jesucristo ofrece puede ser una limitante válida para alejarse de Dios, pero para quien dice conocer a Jesús no. Porque aun cuando «todos pecamos y todos estábamos privados de la presencia salvadora de Dios; todos hemos sido justificados gratuitamente por su gracia…»

“Si conservaras el recuerdo de las culpas, ¿quién habría, Señor, que se salvara? Pero de ti procede el perdón, por eso con amor te veneramos.” Si ya en el Antiguo Testamento podían experimentar el amor y misericordia de Dios, cuanto más nosotros que hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él (cf. 1Jn 4, 16).

Es bien bello escuchar las palabras de san Pablo: “Así nos enseña Dios lo que es su actividad salvadora: perdona los pecados cometidos anteriormente, que soportó con tanta paciencia, y nos da a conocer, en el tiempo actual, que él es el justo que salva a todos los que creen en Cristo Jesús.” No sólo se sabía salvado por Dios, llamado al apostolado, reconocía en su pasado no una fuente de culpa sino una prueba más de la paciencia de Dios para con nosotros.

Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida, ninguno de nosotros llegaremos al Padre si no lo hacemos unidos a Él. Pidamos al Espíritu Santo que nos de la capacidad de no buscar más rumbo que el que Él señale, nuestras interrogantes dejar que las ilumine con su palabra, y poner nuestra existencia en sus manos porque sólo así experimentaremos lo que es tener vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).

(P. JLSS)