(Hch 22, 30; 23, 6-11 / Sal 15 / Jn 17, 20-26)
“Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que el mundo crea que tú me has enviado…” el deseo de unidad de Jesús como una prueba de nuestra fe debe ser algo que nos confronte, preguntémonos ¿qué tanta unidad y qué tanta división provoco?
Todo reino dividido va a la ruina y se derrumba casa por casa, no debe pasar así en quienes creemos en un Dios que nos ha amado tanto que nos entregó a su Hijo para que creyendo en él tengamos vida eterna, todos, no solamente yo. Por ello no debe obstaculizar la experiencia de este amor en el otro.
Los peligros de la división son muchos, pero en esta ocasión sirvió para que san Pablo se librara un poco de los acusadores, porque los dividió entre ellos. ¿Existe algo que tengas bien identificado que esté generando división en tu fe? ¿Por qué no le pides a Dios que lo quite?
No limitemos la acción del Espíritu Santo en nosotros, dejemos que siga actuando en nosotros para erradicar de nuestras vidas todo aquello a lo que ya estemos aferrados, que el amor nos conceda esa fuerza. “Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos…”
(P. JLSS)
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