(Hch 22, 30; 23, 6-11 / Sal 15 / Jn 17, 20-26)

“Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que el mundo crea que tú me has enviado…” si decimos que queremos ser buenos cristianos debemos estar atentos a la construcción de la paz, a nuestra procuración de la unidad. Ese era el deseo del Señor «para que el mundo creyera».

El mayor antitestimonio del cristianismo es la división, por eso hay que cuestionarnos siempre si procuramos la unidad, «todo reino dividido va a la ruina» (Cf. Mc 3, 24), por ello debemos procurar lo más que podamos no ser motivo de división ni de confrontación. Quien cree en Jesús sabe que a lo único que debe aferrarse es a Él.

Este afán por no confrontación y por buscar siempre la unidad no debe ser visto como una dejadez o conformismo, mucho menos como falta de astucia. El mismo san Pablo se vale de una división en el Sanedrín para salir con bien del juicio que le hacían en Jerusalén. No confrontó de equis, se mantuvo firme en su fe y eso profesó frente a ellos.

Pidamos a nuestro Padre Celestial que por medio del Espíritu Santo nos haga permanecer fieles a a la fe que profesamos, no dejar que nada externo nos haga rechazarla y que en los momentos de temor recordemos las palabras del Salmo; “Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio. Yo siempre he dicho que tú eres mi Señor. El Señor es la parte que me ha tocado en herencia; mi vida está en sus manos”

(P. JLSS)