(Gn 17, 3-9 / Sal 104 / Jn 8, 51-59)

Escuchar la historia del pueblo de Israel en el desierto y como durante este tiempo oscilaban entre la confianza y desconfianza para con Dios, por prestar mayor atención a las dificultades que a la libertad que ya gozaban, nos debe llevar prestar atención de que no nos pase lo mismo a nosotros.

Por ello, las palabras del salmo: «Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón”» deben confrontarnos ¿qué problema puede alejarnos del amor y de la gracia de Dios? Ninguno, “Ni aunque transcurran mil generaciones, se olvidará el Señor de sus promesas…”

Dios le prometió a Abraham hacer con él y con sus descendientes, de generación en generación, una alianza perpetua, misma que dejó patente con el envío de Nuestro Señor Jesucristo, que ha dejado de manifiesto el inmenso amor que Dios nos tiene y su deseo de que nosotros experimentemos su amor paternal y la verdadera libertad.

Cuando se presenten las dificultades en lugar de pensar solo en ellas, pensemos en el Señor Jesucristo y sigamos su ejemplo, el tenía claro que contaba con el Padre: “Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, aquel de quien ustedes dicen: ‘Es nuestro Dios’, aunque no lo conocen. Yo, en cambio, sí lo conozco; y si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como ustedes.” Nosotros conocemos a Dios, y si le conocemos debemos vivir como él vivió (Cf. 1Jn 2, 5-6)

(P. JLSS)