(1Jn 2, 12-17 / Sal 95 / Lc 2, 36-40)

Hoy hemos escuchado en el Evangelio la historia de Ana, una mujer de 84 años de edad, viuda desde hacía mucho tiempo, que aguardaba la liberación de Israel y servía a Dios con oraciones y ayuno… ella fue otra que fue capaz de reconocer al Salvador que llegaba en los brazos de una pareja humilde (al igual que pudo hacerlo Simeón).

Estos dos personajes lograron reconocer la llegada del Señor en lo sencillo, por su perseverancia y porque nunca dejaron de esperar confiados, no le hicieron caso a nada más que a su confianza en el Señor que siempre cumple sus promesas y nunca nos deja desamparados.

Celebrar la Navidad implica el reconocimiento de que “Un día sagrado ha brillado para nosotros. Vengan, naciones, y adoren al Señor, porque hoy ha descendido una gran luz sobre la tierra”; por lo tanto, no debemos dejarnos distraer ni engañar por lo que no es Dios. Debemos estar orientados hacia Dios, que siempre cumple sus promesas.

Padre, sabemos que todo lo del mundo es pasajero, ayúdanos a que esto no sea sólo un conocimiento teórico sino una realidad y una certeza en nuestro interior, graba en nuestros corazones las palabras de San Juan: “El mudo pasa y sus pasiones desordenadas también. Pero el que hace la voluntad de Dios tiene vida eterna…” que seamos capaces de anhelarte más a ti que a cualquier otra cosa.

(P. JLSS)