(Hch 3, 11-26 / Sal 8 / Jn 24, 35-48)

Dios siempre nos ubica. Si se lo permitimos, claro está… ayer escuchamos cómo fue curado el «lisiado de nacimiento», hoy se nos presentó la reacción de la gente ante tal prodigio, y cómo actúa san Pedro ante ello. “¿Por qué les causa admiración esto y por qué nos miran de ese modo, como si por nuestro poder o nuestra virtud hubiéramos hecho andar a este hombre?”

¿Cómo saber quién está ubicado y quién no? Basta con escucharle y prestar atención si aún reconoce la acción de Dios en su vida, si le da su lugar o si cree que todo lo que logra es por su esfuerzo personal. Pedro bien podría haberse llenado de vanagloria por el gentío que se había reunido tras la curación, sin embargo, no se deja confundir por la vanidad y sigue reconociendo la acción del Señor, se sigue considerando un medio por el cual el Señor actúa, nunca un fin.

Quien se encuentra con Jesús, se deja amar y purificar por su gracia, deja de preocuparse tanto por cuestiones secundarias, ha experimentado cumplidas en su ser, las palabras del Salmo: “¡Qué admirable es, Señor y Dios nuestro, tu poder en toda la tierra! ¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes; ese pobre ser humano, para que de él te preocupes?” Esto debe ser pascua para nosotros el reconocimiento del inmenso amor de Dios frente a nuestras pequeñeces, para Él dignas de todo su amor.

Señor Jesucristo: gracias por tu amor, por no escatimar en nada para demostrarnos lo mucho que nos amas, permítenos abandonarnos a la fuerza de tu amor, que por ningún momento nos acostumbremos a Él, para lograr vivir continuamente gozosos y agradecidos. No permitas que nos distraigamos con la vanidad, que siempre te demos el lugar que te corresponde. «¡Que nadie se engañe! Si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio.» (1Cor 3, 18)

(P. JLSS)