(1Jn 3, 7-10 / Sal 97 / Jn 1, 35-42)

Si Jesús nos preguntara como a los dos discípulos de Juan qué buscamos al seguirlo ¿sabríamos que responder? Ellos quizá tampoco lo sabían expresar con claridad, lo que sí tenían claro es que le querían conocer mejor, compartir con él, aprender de su modo de vivir por ello solo le preguntan dónde vive.

Quién deja de buscar mayor conocimiento del Señor, comenzará a darse concesiones que atentarán con su fe, porque el miedo y/o la comodidad si no se les presta atención terminarán gobernando determinados aspectos de nuestras vidas. Hagamos una revisión a nuestro pecado recurrente y veremos que está bien justificado al grado de parecer hasta virtud en nuestra mente.

Juan es muy claro en su carta cuando dice que no nos engañemos si vivimos pecando, nos estamos dejando dominar por el diablo y no por el amor y la gracia de Dios, no estamos poniéndole el señorío a Jesús. Y afirma: “…para eso se encarnó el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo. Ninguno que sea hijo de Dios sigue cometiendo pecados, porque el germen de vida que Dios le dio permanece en él.”

Espíritu Santo, te damos el control de nuestras vidas para que tú nos ilumines, dirijas y aceptemos que todo lo que tú das es lo más conveniente para nosotros. Que la aceptación de la voluntad de Dios nos lleve a evitar justificar pecados y tener presentes siempre las palabras de San Juan: “En esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo: todo aquel que no practica la santidad, no es de Dios; tampoco es de Dios el que no ama a su hermano.” Que se nos note que nos consideramos hijos de Dios.

(P. JLSS)