DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(2Mac 7, 1-2. 9-14 / Sal 16 / 2Tes 2, 16-3, 5 / Lc 20, 27-38)

La semana pasada recordábamos una vez más la misericordia de Dios, le pedíamos tener la valentía de hacer todo lo que estuviese a nuestro alcance para llegar a conocerle, tal como le hizo Zaqueo la semana pasada. Hoy se nos invita a cuestionarnos qué tanto anhelamos nuestro encuentro con él. ¿Cómo está tu esperanza?.

Esperanza es confiar en que el poder de Dios es más fuerte que la misma muerte. Hacia allá nos debe llevar nuestra fe en Jesucristo, por ello debemos pedir a Dios que aumente nuestra fe, y que él «que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforte nuestros corazones y los disponga a toda clase de obras buenas y de buenas palabras».

¿Nuestra manera de vivir e interpretar la realidad es de una persona que tiene esperanza? Aún cuando el ejemplo de la primera lectura es extremo, ilustra muy bien la diferente manera en la que una persona de fe contempla y enfrenta la realidad, se aceptará que la voluntad de Dios muchas veces superará nuestra razón.

Los personajes del Evangelio y su ejemplo, manifiestan a aquellas personas que por no aceptar, se quieren aferrar a sus ideas y criterios, exagerando y mintiendo aún en contra de Jesús. Pidámosle al Espíritu Santo que nos dé la capacidad de aceptar su voluntad. Sigamos la invitación de Pablo: “Que el Señor dirija su corazón para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.”

(P. JLSS)

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