DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Mal 1, 14-2, 2. 8-11 / Sal 130 / 1Tes 2, 7-9. 13 / Mt 23, 1-12)

El domingo pasado se acercaron a Jesús para averiguar el mandamiento más grande de la ley, a lo que a Él respondió acerca del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, hoy la palabra nos dice que todo esto se hace por correspondencia no por apariencia.

Este capítulo del Evangelio es el último gran discurso de Jesús contra los fariseos donde les va a echar en cara su esfuerzo por aparentar ser más buenos, o como les dirá el Señor: «todo lo hacen para que los vea la gente». ¿Tu vida de fe se basa en corresponder al amor de Dios o sólo en aparentar bondad? ¿Cómo se manifiesta ésta a los demás?

El profeta Malaquías, por su parte reclamará a los sacerdotes no hacer lo que les toca de acuerdo a su función; san Pablo recuerda cómo fue su trato con los cristianos de Tesalónica: “Cuando estuvimos entre ustedes, los tratamos con la misma ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños…” con la misma ternura que se sintió amado amó. ¿Manifiestas el amor recibido?

Si queremos seguir un ejemplo de vida de fe que no sea el de nadie más que el de Jesucristo él debe de ser nuestra guía y nuestro único Maestro en este único camino que nos ha trazado nuestro Padre celestial. Dejemos que el Espíritu Santo nos mueva para que nuestra fe se manifieste no porque queramos que “se note” sino porque nuestra manera de vivir la manifieste. De lo contrario ya habremos recibido nuestra recompensa (cf. Mt 6, 1-18)

(P. JLSS)

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