(Gn 2, 18-24 / Sal 127 / Hb 2, 8-11 / Mc 10, 2-16)

La semana pasada reflexionábamos acerca de cómo los celos, la envidia, etc. nos pueden llevar a querer rechazar a alguien solamente por no ser de «los nuestros», como si la vida se tratara de bandos, si sientes que el bienestar del otro te insulta o molesta demasiado debes cuestionarte seriamente el por qué, no sólo rechazarle.

Cuando alguien se enamora de alguien, comienza interesarse por la otra persona, quiere pasar tiempo con ella, cada vez más y más, hasta el momento de querer vivir siempre juntos, así es la dinámica del amor. Mientras los celos y la envidia llevan al rechazo, el amor nos conduce a la unidad.

Podemos reconocer esta misma dinámica, de manera analógica, en la revelación Dios que nos revela su amor hasta el grado de hacerse uno de nosotros para manifestarnos su amor. Quien reconoce el amor de Jesús, sabe que el amor no se demuestra solamente con placer y carcajadas, que no es solo un sentimiento bonito, sino que es una decisión por el bien del otro.

Solo quien entiende lo que es el amor verdadero, comprenderá la indisolubilidad del Matrimonio. Uno nunca se equivoca en amar, pero si se puede equivocar en lo que ama. Dios nos ama, no por equivocación, sino por misericordia, así nos enseña a amar. Pidámosle la gracia de decidirnos por el bien de los demás, corresponder al amor y no ceder a la tentación de querer rechazar al otro sólo por aquello que más nos cueste aceptar de él.

(P. JLSS)