DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Sir [Eclo] 27, 33-28, 9 / Sal 102 / Rm 14, 7-9 / Mt 18, 21-35)

La semana pasada se los recordaba que “Dios reconcilió al mundo consigo por medio de Cristo, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación” y se nos enseñaba el tema de la «corrección fraterna», como me debo comportar yo con el que se equivoca y, ahora, se nos dice cual debe ser nuestra actitud con todo aquel que se acerca a nosotros para querer reconciliarse con nosotros.

El mismo salmo nos recordaba la misericordia con la que Dios actúa con nosotros: “el Señor no nos condena para siempre, ni nos guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados.” Para saber qué tan agradecidos somos por este don de Dios, sólo debemos revisar nuestra capacidad de perdonar a nuestros hermanos.

Una persona que se sabe amada y acepta el amor (hay muchos que se “saben” que son amados y lo rechazan) no puede ser capaz de ser resentida, porque está aferrado al amor. En la primera lectura escuchamos “cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas”, si no eres capaz aún de perdonar a alguien en concreto, pídele a Dios las ganas de hacerlo, no dejes que ningún resentimiento se añeje.

Espíritu Santo ayúdanos a esforzarnos por reconocer cada vez con mayor intensidad el inmenso amor que se nos ha manifestado en Jesucristo, para no andar buscando pretextos para no cumplir con el nuevo mandamiento que nos ha dado Cristo de amarnos unos a otros cómo él lo ha hecho por nosotros. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos… ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor.” Si estamos con él, debemos andar como él anduvo (cf. 1Jn 2, 6)

(P. JLSS)

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