DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Sm 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23 / Sal 102 / 1Cor 15, 45-49 / Lc 6, 27-38)

La semana pasada se nos enseñaba que existen ocasiones en las que debemos poner mayor atención en nuestra fidelidad a Dios y perseverar en tiempos de crisis. Ahora se nos invita a preguntarnos qué es aquello que manifestamos más ¿el amor de Dios o qué? “Bendice, al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios”.

“Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. Debemos permitir que el amor de Dios genere en nosotros confianza y fortalezca nuestra esperanza para no desesperarnos tan pronto, debemos evitar que el miedo enraíce en nosotros, quien vive preso del miedo reacciona mecánicamente, quien confía actúa responsable y voluntariamente.

Es el caso de David, que una vez más se nos cuenta cómo pudiendo matar al rey no lo hace, por ser éste el «ungido por Dios», el elegido de Dios. Todos nosotros somos elegidos por Jesucristo (cf. 1Cor 1, 30) ¿qué tanto nos respetamos por ser de él? “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados; den y se les dará…”

San Pablo nos invita también a reconocer que debemos asemejarnos con Cristo en todo, tener presente que «con la misma medida con la que midamos, seremos medidos» y tener siempre presente que la transformación que producirá el Espíritu Santo en nosotros viene después de un perseverar. ¿Cómo saber si Dios está actuando en nuestro interior? Es fácil, ¿Reaccionas (eres primario) o actúas libre y voluntariamente?

(P. JLSS)

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