(Prov 8, 22-31 / Sal 8 / Rm 5, 1-5 / Jn 16, 12-15)

Este año, me gustaría basar mi reflexión de este día en la siguiente frase que escuchamos como aclamación anterior al Evangelio: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá…” porque creo necesario que nos esforcemos por reconocer la «inhabitación trinitaria», es decir la presencia de Dios en nosotros.

El símbolo «quicumque» (atanasiano) nos dice: “la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra también la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, tal también el Espíritu Santo…, etc., El que quiera salvarse, así ha de sentir de la Trinidad” (Dz 39-40). Quien cree en Jesús, debe creer en quien le envió y aquel que envió.

Poseemos al Espíritu Santo, el amor entre el Padre y el Hijo en nuestro interior. ¿Se nos nota? “Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes… ” como personas de fe, en momentos de duda y falta de consuelo podemos acudir al Padre; en momentos de debilidad o cansancio, al ejemplo del Hijo; y siempre que necesitemos fuerza al Espíritu Santo. No estamos solos.

Nuestra esperanza es participar de la gloria de Dios. “Más aún, nos gloriamos hasta de los sufrimientos, pues sabemos que el sufrimiento engendra la paciencia, la paciencia engendra la virtud sólida, la virtud sólida engendra la esperanza, y la esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado.” Acudamos a nuestro Dios confiados, contemplemos su amor en la creación, en la redención y en la efusión de su espíritu.

(P. JLSS)