(Is 60, 1-6 / Sal 71 / Ef 3, 2-3. 5-6 / Mt 2, 1-12)

La semana pasada se nos invitaba en la liturgia a conmemorar a la Sagrada Familia y hacíamos énfasis en que lo que le da el adjetivo de «sagrada» es la presencia de Jesús en ella, después de eso lo que podíamos resaltar es que tanto María como José buscaban cumplir con la misión que Dios les había dado.

Hoy se nos invita meditar en el misterio de la Epifanía, la manifestación del Señor a todos los pueblos, esta manifestación, si seguimos el significado del término griego, es como inesperada, de improviso. La manifestación de Dios que se acerca para socorrernos ¿quienes son los que le reconocen? Aquellos que están atentos y le buscan.

La solemnidad de la Epifanía debe servirnos para reconocer que Cristo es la Verdad, la fuente a la que debemos recurrir para encontrar respuestas, estos personajes que se presentan ante Herodes después de preguntarle al dónde estaba el rey recién nacido, afirman: «Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo», primero le buscan en un palacio, siguiendo la lógica humana; después siguen la profecía y se dirigen a Belén ¿a qué le prestas más atención a la lógica o a la Palabra de Dios?

Imitemos a los «magos» y busquemos la verdad, sepamos reconocer esas estrellas que Dios nos envía para que nos encontremos con Él, esos pequeños signos por los cuales podemos andar aún en medio de «oscuridades» con la certeza de cuál es nuestra meta (cf. 2Tim 4, 7-8), acerquémonos a Cristo y reconozcamos su grandeza, ofrezcámosle Oro como nuestro Rey que es, el incienso por ser verdadero Dios y mirra por ser verdadero hombre. Espíritu Santo abre nuestras mentes para reconocer tus señales.

(P. JLSS)