DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Sof 2, 3; 3, 12-13 / Sal 145 / 1Cor 1, 26-31 / Mt 5, 1-12)

La semana pasada celebramos el domingo de la Palabra de Dios, ese día reconocíamos que todos tenemos necesidad de prestar atención a lo que él Señor nos quiera decir a través de su palabra. Este día en el Evangelio se nos presentaron las bienaventuranzas ¿Cuál de ellas te confronta más? ¿Por qué razón?

Hoy la palabra nos invita a ser «pobres de espíritu», pobre en el sentido de anawim, de los qué habla Sofonías cuando dice: “Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras; no se hallará en su boca una lengua embustera. Permanecerán tranquilos y descansarán sin que nadie los moleste.” Aquellos que tienen como riqueza únicamente a Dios.

En Cristo, por pura misericordia de Dios, encontraremos todo lo que nos hace falta, él es nuestra mayor riqueza y en Él hay que gloriarnos. “En efecto, por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención. Por lo tanto, como dice la Escritura: El que se gloría, que se gloríe en el Señor.” ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? (Cf. 1Cor 4, 7)

¿Quién es Dios para ti? ¿Es tu mayor riqueza? Que Dios sea nuestra riqueza implica el reconocimiento de que Él jamás nos abandona, la certeza de que “el Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo.” Quienes creemos en Jesucristo aspiramos a un premio que nada lo puede igualar, no dejemos que el miedo nos acobarde, pongamos mayor atención en Dios.

(P. JLSS)

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