(Dt 18, 15-20 / Sal 94 / 1Cor 7, 32-35 / Mc 1, 21-28)
¿Cuál es tu actitud ante la Palabra de Dios? ¿Estamos dispuestos a recibirla siempre o sólo cuando ésta nos gusta o conviene la aceptamos? Hemos escuchado en el Salmo “Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras»” ¿tendremos el corazón endurecido?
San Pablo, en el fragmento que escuchamos de la carta a los Corintios, no es que desprecie el matrimonio como institución, sino que observa las obligaciones propias del matrimonio como distractores o limitaciones para la total entrega al Señor. Si bien es cierto que el ejercicio de nuestra vocación requerirá cumplir con ciertas obligaciones, no debemos permitir que éstas se conviertan en un pretexto para no servir a Dios o endurecer nuestros corazones.
El mensaje de Jesús se debe aceptar cómo es, no reducirlo según nuestra conveniencia o con pretextos, debemos evitar actitudes como la del poseído del Evangelio: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros?” Cuando el Evangelio no nos exige tanto, todo bien, pero cuando por nuestra fe nos surgen exigencias mayores, pareciera ser algo sospechoso…
Padre, líbranos de una fe convenciera, que sepamos reconocer la grandeza de tu amor y gracia, que superan toda dificultad. Que nos dejemos impulsar por el Espíritu Santo para no poner pretextos y dejar que su acción aleje de nosotros todo falso refugio, todo pretexto que evite que te sigamos con libertad.
(P. JLSS)
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