SÁBADO – SEMANA III DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Hb 11, 1-2. 8-19 / Lc 1, 69-75 / Mc 4, 35-41)

El cántico que hemos escuchado como «Salmo responsorial» es el que lanza Zacarías tras volver a hablar, una vez que reconoce el cumplimiento de las promesas del Señor, lo primero que hace es bendecir a Dios ¿hace cuanto que no alabas al Señor por todo el amor que te tiene y por su misericordia?

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna…” es una frase que escuchamos y leemos en muchos lugares, quizá sea la cita bíblica que más gente se sepa de memoria, pero valdría la pena cuestionarnos que tanto asumimos como nuestra; ¿ante los problemas y dificultades puedo decir: «tanto me ha amado Dios que me entregó a su hijo…»?

Los discípulos iban con Jesús en la misma barca, pero cuando surge la tormenta en lugar de recurrir primero al Señor, dejan que el miedo les invada y en lugar de acudir a Él con confianza, se acercan a reprocharle “¿no te importa que nos hundamos?”. Jesús tiene el poder de calmar cualquier tormenta ¡no debemos vivir con miedo! A Pedro Arrupe le acusaban de ser un «optimista patológico» y solía responder: «¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?»

“La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven…” Dios es nuestro Padre, pidámosle que acreciente en nuestra fe, reconozcamos todo lo que ha obrado en nosotros, bendigámoslo por ello y dejemos que el Espíritu Santo genere en nosotros el «optimismo» que proviene de la eficacia del amor y de la gracia. Quien se sabe amado nunca pierde la esperanza.

(P. JLSS)

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