(Hch 13, 14. 43-52 / Sal 99 / Ap 7, 9. 14-17 / Jn 10, 27-30)
El camino dominical de este tiempo de Pascua ha sido el siguiente: primero, celebramos la resurrección del Señor; después, la divina misericordia, ese torrente de amor que se nos ofrece; hace una semana, escuchábamos la corrección en el amor, con el ejemplo de Pedro. Hoy la palabra nos invita a reconocer que ese amor también se nos ofrece a cada uno de nosotros.
“Yo soy el buen pastor, dice el Señor; yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí”, con estas palabras el Señor deja en claro una cosa: nos conoce, sabe lo que nos hace falta… la pregunta que debemos hacernos es ¿nos la creemos? ¿Creemos que sus palabras van dirigidas particularmente a cada uno de nosotros? “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano.”
Tener presente que el Señor nos considera de su propiedad es algo que debería llenarnos de tranquilidad y de paz, vivir conscientes del amor de Dios debe llevarnos a perseverar y reconocer que somos llamados a ser de esa multitud que «han pasado por la gran tribulación y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero.» que no se cansan de perseverar porque saben con quién cuentan.
“Porque el Señor es bueno, bendigámoslo, porque es eterna su misericordia y su fidelidad nunca se acaba…” pidámosle a Dios que envíe a nuestros corazones al Espíritu Santo y que éste nos dé la humildad para aceptar la gracia de Dios, que nunca se pudiera decir de nosotros «La palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes; pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos». Aceptemos el don de Dios.
(P. JLSS)
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