(Gn 15, 5-12. 17-18 / Sal 26 / Flp 3,17-4,1 / Lc 9, 28-36)
La semana pasada, primer domingo de cuaresma, se nos invitaba a seguir a Cristo hacia el «desierto» cuaresmal, a dejarnos impulsar por el espíritu a este camino de preparación hacia la Pascua; hoy se nos invita a perseverar luchando por lo que nos merecemos como hijos de Dios y no sólo por antojos.
Por la fe Abraham dejó su tierra y creyó más en Dios que en los pros y contras de su condición de anciano; seguramente reinaban en su corazón las palabras del Salmo: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?” Nosotros también tenemos una tierra prometida a la que anhelamos llegar, la vida eterna.
Para lograr llegar a ésta, es necesario ser fieles al Padre, procurando ser totalmente libres, poniéndole toda nuestra atención a las palabras y el testimonio de nuestro Señor, procurando vivir como ciudadanos del Cielo, no como enemigos de la Cruz de Cristo; para ello hay que estar conscientes de que habrán momentos difíciles, pero más grande es lo que se nos promete.
Seamos fieles a la Alianza que Dios ha hecho con nosotros en la Cruz, dejémonos atraer por el amor de Cristo y no le pongamos resistencia; Dios ya nos ha demostrado que nos ama hasta el extremo ¿por qué nos dejamos distraer por cualquier cosa? Reconozcamos cuáles son nuestros distractores y volvamos a centrarnos en quién sí se lo merece.
(P. JLSS)
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