(Ap 7, 2-4. 9-14 / Sal 23 / 1Jn 3, 1-3 / Mt 5, 1-12)

Los santos son personas, como tú y como yo, que nunca se cansaron de perseverar en su vida de fe, que tras un estudio detenido de su vida y de sus obras de piedad la Iglesia presenta oficialmente como modelos e intercesores nuestros. Hoy celebramos a «todos los santos» no sólo a los canonizados, sino a todos aquellos a que ya están en la presencia de Dios.

Cuando confesamos la «Comunión de los Santos», hacemos referencia a esa unidad que tenemos todos los bautizados en unión con nuestra cabeza que es Cristo. La Iglesia vive tres dimensiones (por decirlo de algún modo) la Iglesia purgante, aquellos hermanos que ya murieron y están en un proceso de purificación para llegar a Dios; la Iglesia militante, que conformamos todos los que en esta vida nos esforzamos por se fieles al Señor; y, por último, la Iglesia triunfante (aquellos que ya están con el Señor) cuya solemnidad celebramos hoy.

En una ocasión, la hermana de Santo Tomás le preguntó qué se necesitaba para ser santo, el santo le respondió: «¡hay que desearlo!» ¿Tienes deseo de alcanzar la santidad o esto es algo que te mantiene indiferente? Todos nosotros debemos esforzarnos por alcanzar a Dios, vivir conscientes de las palabras: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Si el mundo no nos reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido.

Así como pensar en la muerte nos puede ayudar a evitar el pecado, el desear la santidad nos puede llevar a practicar las virtudes. Por eso Padre, te pedimos ser dóciles al Espíritu Santo, que por sus inspiraciones deseemos cada vez con mayor intensidad la santidad. Que nos haga fuerza un día estar frente a ti, disfrutando plenamente de tu amor.

(P. JLSS