(Ez 34, 11-16 / Sal 22 / Rm 5, 5-11 / Lc 15, 3-7)
Cuando celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús es obvio que no celebramos un órgano vital o un músculo, celebramos el inmenso amor que nos tiene. En la tradición espiritual de la Iglesia se presenta el «corazón» en su sentido bíblico como «lo más profundo del ser”, «en sus corazones» (Jr 31,33), el lugar donde la persona se decide o no por Dios (cf. CCE 368; Dt 6, 5; 29, 3; Is 29, 13; Ez 36, 26; Mt 6, 21; Lc 8, 15; Rm 5, 5).
San Pablo, nos ha dice que “Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado” ¿qué significan para ti estas palabras? Para aumentar en las implicaciones de estas palabras del apóstol, debemos reconocer la inmensa generosidad de Dios que no se olvidó de nosotros aun cuando estábamos perdidos.
“La prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores…” En Jesucristo encontramos las profecías del profeta Ezequiel cumplidas a cabalidad, Dios mismo ha venido a buscarnos y a verla por nosotros, va por nosotros a todos los lugares donde nos hayamos dispersado, dejémonos apacentar por Él, que nos alimente, nos instruya y enseñe lo que nos conviene.
Reconociendo la grandeza del amor que Dios nos ha tenido, dejemos que este amor nos traiga paz, que conforte nuestras vidas. La oveja perdida, para ser encontrada debe dejarse de esconder y dejarse conducir. Acudamos al Señor y pidámosles que nos empape con todo el amor y el agua que nace de su costado herido por amor a nosotros. “Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo.”
(P. JLSS)
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