Fiesta de Santa María Magdalena
(2Cor 5, 14-17 / Sal 62 / Jn 20, 1-2. 11-16)

En el Evangelio según san Lucas se nos cuenta de un grupo de mujeres que seguían a Jesús, que habían sido curadas de enfermedades y espíritus malos, entre ellas se nos nombra a María Magdalena «de la que habían salido siete demonios» (cf. Lc 8, 1-3); ella, como todos los grandes santos, tras encontrarse con Cristo y experimentar su misericordia dejó todo atrás.

María Magdalena tras conocer y aceptar el amor de Dios dejó de contemplarse como la “exendemoniada” a partir de su encuentro con el Señor puso todo su interés en lo inmensamente amada que era y no en su pasado, el cuál se convirtió solamente en un sitio al cual ya no se quiere volver. Porque, como dice San Pablo, “El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo.”

Vale la pena preguntarnos qué tanto permitimos al pasado que limite nuestro seguimiento de Cristo y cuánta atención le ponemos a la misericordia que ha tenido con nosotros. María Magdalena deja de lado muchas cosas cómo el prejuicio (social y personal), su pasado, el «qué dirán», etc. por el amor de Dios y, como permitió que este amor le condujera, hoy se nos presenta como ejemplo de libertad, ya que no permitió que nada limitara su fidelidad, ni siquiera la Cruz (cf. Jn 19, 25)

Su abandono al amor le concedió, antes que a los mismos apóstoles, contemplar al Señor resucitado y ser la primer testigo de la Resurrección, aún hoy en día las mujeres suelen ser las primeras mensajeras de la fe dentro de las familias. Sigamos su ejemplo y abandonemos al amor de Dios, dejemos atrás nuestro pasado y busquémosle sólo a él. “Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora, como el suelo reseco añora el agua.”

(P. JLSS)