(Is 38, 1-6. 21-22. 7-8 / Is 38 / Mt 12, 1-8)

Nuestra confianza en Dios debe ser tal, que no debemos estar tan interesados en lo que diga la gente cuando estamos procurando cumplir su voluntad, debemos prestar atención a lo que resuene, pero siempre debemos confiar más en la providencia y voluntad divina, que en la opinión de los hombres.

En la primera lectura escuchamos cómo Isaías le anuncia a Ezequías que moriría pronto, a lo que él reacciona de una manera normal, angustiado le dice a Dios “Acuérdate, Señor, de que te he servido con fidelidad y rectitud de corazón y de que he hecho siempre lo que a ti te agrada.” No lo hace desde la desesperanza ni dentro de interpretaciones subjetivas. Sabe quien es Dios y quien es él.

En el Evangelio, por su parte, escuchamos cómo son criticados los que sirven al Señor por hacer algo «no permitido», dejando de lado por completo las necesidades básicas, como el hambre de los discípulos. Para este tipo de personas lo externo y el qué dirán es lo más importante, el aparentar bondad y no el sí ser buenos. Por ello el Señor les reprende: “Si ustedes comprendieran el sentido de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios, no condenarían a quienes no tienen ninguna culpa”.

Hay que preguntarnos qué tan dóciles somos para aceptar la voluntad de Dios, qué tanto discernimos cuándo algo proviene de Dios o de los hombres y qué tanto anteponemos la caridad al «deber ser»… Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo.

(P. JLSS)