(Jer 20, 10-13 / Sal 17 / Jn 10, 31-52)

Este último viernes de Cuaresma valdría la pena que nos cuestionáramos qué tanto valoramos el sacrificio de Cristo, porque entre más reconozcamos la grandeza del mismo y todo lo que esto implica, más fácil podremos decir: “Tú eres mi refugio, mi salvación, mi escudo, mi castillo. Cuando invoqué al Señor de mi esperanza, al punto me libró de mi enemigo”.

Jeremías tuvo la capacidad de mirar a Dios en medio de todas las persecuciones que estaba viviendo, puso su confianza en Él, no permitió que su lógica o lo que los demás querían hacerle le distrajera. Su confianza estaba firme: “$el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable”.

Jesús confronta directamente a quienes le quieren apedrear, “he realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”, quizá nos podría hacer una pregunta semejante a cada uno de nosotros cuando llegamos a permitir que cualquier cosa que amenaza nuestra comodidad nos mueva a despreciarle.

Por eso hoy, hagamos un momento de silencio y preguntémonos ¿existen situaciones a las que nos estemos aferrando? ¿Anteponemos el amor de Dios a cualquier cosa? Ofrezcámosle algo al Señor que nos ayude a reconocer su grandeza y pidámosle que nos ayude a valorar cada vez más el sacrificio de nuestro Señor para ser invadidos por la alegría de su amor (Cf. 1Pe 1, 18-19)

(P. JLSS)