(2Sam 11, 1-4. 5-10. 13–17 / Sal 50 / Mc 4, 26-34)
¿Qué tanto permites que la palabra de Dios actúe con libertad en tu interior? “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto…” lo vuelvo a decir, no se trata de hacer mucho, sino de dejar que Dios haga mucho en nosotros.
Ayer escuchamos las alabanzas del rey David y como se gozaba frente a Dios por su elección; hoy hemos escuchado algo muy distinto, el rey se comporta como uno más del montón, se deja corromper por el poder y las comodidades y ensoberbecido, no sólo se involucra con la esposa de Urías sino que para que su pecado no se descubra permite que le maten. Como todo corrupto, se hizo experto en escondes con buenos modales, sus malas acciones.
Siempre hay que estar muy pendientes de nuestras acciones, tener presente el amor y la misericordia de Dios, estar al pendiente para poder reconocer cuando nuestras acciones están siendo tomadas desde la libertad del amor o desde el libertinaje de la soberbia. ¿Cómo saber esto? Es fácil reconocerlo, cuando un pecado comienza a justificarse y deja de incomodar…
Por eso Padre te pedimos que acrecientes nuestra fe y fortalezcas la experiencia de tu amor y de tu misericordia, para aceptar lo valiosos que somos y comportarnos de acuerdo a ello. Que reconozcamos lo que nos merecemos y no andemos sólo buscando satisfacernos con placebos. ¡Danos tu amor y gracia, eso nos basta!
(P. JLSS)
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