(Is 48, 17-19 / Sal 1 / Mt 11, 16-19)

Toda esta semana la Palabra nos ha estado invitando a cambiar de manera de pensar, de interpretar la realidad y dejar que Dios que es bueno se involucre en nuestras vidas. Como todos los viernes, hoy la invitación a analizar nuestro interior es más intensa ¿qué tanto le permitimos a Dios y a su infinito amor involucrarse en nuestras vidas? ¿A qué nos aferramos que sabemos nos aleja de Él?

Por boca del profeta Isaías escuchamos un lamento muy paternal de Dios: “¡Ojalá hubieras obedecido mis mandatos! Sería tu paz como un río y tu justicia, como las olas del mar…” quienes creemos en Jesucristo reconocemos que Dios, como nuestro Padre confía en nosotros, quiere dejarnos bien claro que desea nuestro bien y por ello pone todos los medios para que lo alcancemos.

¿Qué más necesita hacer Dios para que creamos en su amor? Jesucristo, en el Evangelio, nos reclama el no reconocer su amor y cercanía ni viendo sus obras “¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritar les: ‘Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’.” ¿qué más necesita hacer Dios para que creamos en su amor?

Pidamos a Dios que nos ilumine para aceptar y ser capaces de reconocer su misericordia, es decir, el hecho de que Él ha querido hacernos amarnos infinitamente, porque así lo quiso él. Que vivamos con la tranquilidad de su amor y de que quien confía en Dios “es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita. En todo tendrá éxito.”

(P. JLSS)