(Jl 4, 12-21 / Sal 96 / Lc 11, 27-28)
Siempre me ha llamado mucho la atención como el Señor evade toda vanidad y vanagloria, cómo aprovecha esas situaciones para ubicar a las persona y/o reconducirlas a la búsqueda por el Reino, a evitar distracciones. El centro de nuestra fe y espiritualidad es Cristo, todo lo demás es secundario.
Es momento de volver a preguntarnos quién es Cristo para nosotros, Que diferencias trae el ser conscientes de tenerlo en nuestras vidas; muchos de nosotros dedicamos mucho tiempo a devociones y rezos, pero muy poco al encuentro personal con Jesús, a santificar nuestros corazones y esforzarnos por saber dar razón de nuestra esperanza (cf. 1Pe 3, 15).
Hay que dejar claro algo, aquí Jesús no desprecia a su madre, ubica a la mujer que muy a la usanza oriental se bendice a la madre por la grandeza del hijo (Cf. Prov 23, 24-25), por ello Jesús enseña la grandeza los que dejan que la palabra de Dios produzca frutos en su interior: “Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.
Sólo a quien no conoce al Señor y a quien pone su interés en otras cosas le puede atemorizar el día del Juicio, quien está con Jesucristo vive tranquilo porque sabe con quién cuenta y ha conocido el amor y la misericordia de Dios. “Reina el Señor, alégrese la tierra, cante de regocijo el mundo entero. Tinieblas y nubes rodean el trono del Señor, que se asienta en la justicia y el derecho.”
(P. JLSS)
0 Comments