(Jl 4, 12-21 / Sal 96 / Lc 11, 27-28)
Cuando se conoce a una persona y nos llaman la atención sus formas y modales, tanto positivos como negativos, se piensa en su familia en quien le educó y formó, hasta en el libro de los proverbios encontramos que «mucho se alegrará el padre del justo, y el que engendra a un sabio se gozará en él… que se gocen el padre y la madre que le engendró» (Cf. Prov 23, 24-25) ¿se podrá identificar en nuestras vidas a un hijo de Dios?
La frase del Evangelio va cargada de este interés por quien crió al Señor, podríamos decir que se comienzan a cumplir las palabras del Magnificat (Cf. Lc 1, 48), sin embargo el Señor nuevamente busca redirigir la atención a lo importante que es no dejar su palabra en saco roto: “Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica…”
Quien busca hacer vida la palabra de Dios, no vivirá tan preocupado por cosas secundarias ni perderá el tiempo con escrúpulos exagerados, buscará ser fiel a Dios y vivirá tranquilo porque quien es fiel a Dios no teme su llegada ni se deja sorprender tanto por las cuestiones negativas, no deja que cualquier cosa le robe la paz. Vivirá sereno.
Dejemos que el Espíritu Santo nos llene para saber reconocer la grandeza que tiene poner en práctica la palabra de Dios sobre cualquier otra cosa, siguiendo las palabras de Jesús en este pasaje del Evangelio nos enseña que si la maternidad natural es de gran dignidad, lo es más la palabra de Dios y su guarda porque nos hace ingresar en el Reino, con todo lo que esto significa.
(P. JLSS)
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