SÁBADO – SEMANA VII DE PASCUA

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(Hch 28, 16-20. 30-31 / Sal 10 / Jn 21, 20-25)

Nuestro seguimiento del Señor debe darse como respuesta al amor recibido y no por una mera obligación. Muchas veces el seguimiento del Señor se quiere entender como un conjunto de «prácticas buenas» o un «deber ser», cuando de lo que se trata es de dejar a Dios ser en nosotros.

Cuando uno conoce al Señor, inmediatamente reconoce aquello que le estorba en ese seguimiento, dependerá de uno si lo deja o no; va a depender de uno si pone su atención en lo que debe cambiar o justificará estos actos y/o se protegerá con distractores externos.

A Pedro le pasó algo semejante, después de tener su experiencia de la misericordia del Señor a través de las preguntas acerca de su amor por Jesús, mira a Juan y se distrae con el seguimiento ajeno, a lo que el Señor responde: “Si yo quiero que éste permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme”.

Así tú y yo estamos llamados a seguir al Señor libremente y esforzarnos por alcanzar nuestra esperanza, la vida eterna. Cada uno de nosotros dará cuentas de lo que él mismo hizo no de lo que el otro hizo, pidámosle al Señor gozar de libertad para seguirle (así como gozo Pablo en sus últimos días en Roma) y que nuestra única influencia para seguirle sea el Espíritu Santo.

(P. JLSS)

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