(Hch 28, 16-20. 30-31 / Sal 102 / Jn 21, 20-25)

“…pues llevo estas cadenas a causa de la esperanza de Israel”, en esta frase podemos reconocer una vez más la fe de Pablo y su confianza en la voluntad del Padre. Su mismo pueblo lo acusa, evitan que los romanos lo dejen en libertad y termina por ello en Roma, donde Jesús le aseguro que tenía que dar testimonio también (Cf. Hch 23, 11).

¿Somos capaces de aceptar la voluntad de Dios aunque no la comprendamos? En cuestiones de fe, hay que tener presente que primero hay que aceptar después vendrá la comprensión de la misma, si es que así lo quiere Él. Pero de lo que si hay que estar seguros es de su palabra: “Yo les enviaré el Espíritu de la verdad, y él los irá guiando hasta la verdad plena.”

Tras la experiencia de Misericordia que tuvo Pedro en la que el Señor le preguntaba si le amaba tres veces, las mismas veces que él le negó, escuchamos cómo el reconoce que Jesús lo sabe todo y que sabe que a pesar de su negación le amaba, se deja distraer con quien les seguía mientras platicaban… a lo que el Selor le responde: “Si yo quiero que éste permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme.”

Pidamos al Espíritu Santo que nos de los dones y frutos que más estemos necesitando en estos momentos para seguirle con libertad, que no nos entretengamos tanto en los otros y nos ocupemos más en alcanzar nuestra santidad. «Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a Ti, Señor, lo retorno. Todo es Tuyo: dispón de mi según Tu Voluntad. Dame Tu Amor y Gracia, que eso me basta. Amén.» (San Ignacio de Loyola)

(P. JLSS)