SÁBADO – SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO

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(2 Sam 1, 1-4. 11-12. 17. 19. 23. 27 / Sal 79 / Mc 3, 20-21)

Ayer comentábamos que el amor es una decisión por el bien del otro que tiende más a la renuncia, que a la exigencia de derechos. En el Evangelio, escuchamos como a los mismos parientes de Jesús les impresionaba su ímpetu y entrega por el Reino, “fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco”.

Tras escuchar esto, se vinieron inmediatamente a mi mente las palabras de san Pablo a los corintios: «Pues la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana» (1Cor 1, 25); y aquella trillada de Pascal que dice que »el amor tiene razones que la razón no entiende».

En la primera lectura escuchamos el lamento del rey David por la muerte del rey Saúl y de su amigo Jonatán y su lamento, “¿Por qué cayeron los valientes y pereció la flor de los guerreros?”, si David lloró así por estos personajes que murieron, ahora Jesús que tenía muy claro que el Padre no quiere que ninguno nosotros nos perdamos (Cf. Mt 18, 14; Jn 6, 39; 2Pe 3, 9) cómo no iba a estar apasionado porque le conozcamos.

¿Te dejas impresionar por el amor y la misericordia de Dios o lo limitas por tus prejuicios personales? Dios nos ama infinitamente, eso es lo que Jesucristo nos ha querido dejar claro, por ello es necesario que convirtamos en oración la aclamación anterior al Evangelio: “Abre, Señor, nuestros corazones, para que aceptemos las palabras de tu Hijo”.

(P. JLSS)

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