(Sab 3, 1-9 / Sal 26 / 1 Jn 3, 14-16 / Mt 25, 31-46)

Así como ayer dimos gracias y alabamos a Dios en nuestra oración por sus santos, por todos aquellos que independientemente de estar canonizados optaron siempre por serle fieles a él; hoy como Iglesia, nos unimos para rezar por todos aquellos hermanos nuestros que pudieran necesitar de nuestra oración para alcanzar la contemplación de Dios, esto es la comunión de los Santos.

No es algo nuevo esto, San Juan Crisóstomo (347-407 d.C.) decía: «Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? […] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).

Por eso hoy, cumpliendo con lo que profesamos: “Conocemos lo que es el amor, en que Cristo dio su vida por nosotros. Así también debemos nosotros dar la vida por nuestros hermanos.” Nos reunimos a orar por todos nuestros familiares, amigos, conocidos que se nos han adelantado, pero no sólo eso, como Iglesia pedimos por todos aquellos que ya nadie reza y ofrecemos sufragios por su eterno descanso.

Así que hoy, confiados en tu misericordia, Señor, y siendo conscientes de que «las almas de los justos están en tus manos y que por ello no los alcanzará ningún tormento», te pedimos por aquellos difuntos que más necesiten de nuestra oración y te pedimos la gracia de permanecer siempre fieles a tu amor para poder irradiarlo a todos los que nos rodean. Dales, Señor, el descanso eterno y que luzca para ellos la luz perpetua. Que descansen en Paz. Así sea.

(P. JLSS)