MIÉRCOLES – SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Tim 3, 14-16 / Sal 110 / Lc 7, 31-35)

Jamás debemos acostumbrarnos al misterio del amor de Dios, ni creer que le conocemos completamente, porque como dice san Pablo: “Realmente es grande el misterio del amor de Dios, que se nos ha manifestado en Cristo, hecho hombre, santificado por el Espíritu, contemplado por los ángeles, anunciado a todas las naciones, aceptado en el mundo mediante la fe y elevado a la gloria.”

En nuestra realidad actual podemos descubrir un resurgimiento de búsqueda por lo espiritual y lo trascendente, muchos conocidos vuelven a buscar lo sagrado y otros tantos buscan “nuevas” maneras de espiritualidad o de religión, fundamentados en una supuesta desilusión de su fe que, tristemente, la mayoría ni siquiera profundizó antes de abandonarla.

Jesús se sorprende de la poca disposición que había en sus contemporáneos para reconocer su llegada, decían que le esperaban y cuando llegó prefirieron no aceptarle porque no llegó como ellos querían, preguntémonos si se nos pudieran aplicar las palabras del Señor: “¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos niños que se sientan a jugar en la plaza y se gritan los unos a los otros: ‘Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado’.”

Padre, queremos reconocer el amor de tu hijo cada día con mayor intensidad, por ello te pedimos que envíes tu Espíritu Santo a nuestros corazones para estar siempre abiertos a sus inspiraciones y nunca acostumbrarnos a su presencia, porque sabemos que él siempre hace nuevas todas la cosas (Cf. Ap 21, 5).

(P. JLSS)

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