(Jue 9, 6-15 / Sal 20 / Mt 20, 1-16)

Ayer escuchamos la historia de Gedeón, hoy la de su hijo Abimelec, este último quiso ser rey de Israel a como diera lugar, sin importarle qué debía hacer para alcanzar esta meta, convence a los siquemitas de que lo proclamen rey y comienza una carrera destructiva. Su avaricia lo hizo cerrarse hasta a su propia familia.

Siento que la palabra de este día nos confronta y nos lleva a preguntarnos nuevamente en qué tenemos puesta nuestra confianza, nuestras metas ¿se basan en nuestras cualidades, en la voluntad de Dios o las construimos por simple ambición desmedida?

En la historia que se cuenta de los diversos árboles que quieren hacer reyes, ninguno quiso renunciar a sus frutos sólo para sentirse más que los demás, sino que prefirieron seguir siendo ellos mismos ¿tus motivaciones personales se rigen por un querer desarrollarte mejor como persona o buscas ser mejor que los demás sin un sentido claro?

Quien le presta más atención a los demás que a sí mismo, terminara como los personajes del Evangelio que en lugar de agradecer por sus logros alcanzados terminan molestos por las bendiciones o logros ajenos; pidámosle a Dios que nos conceda experimentar su amor de tal manera, que nuestro seguimiento a su lado sea por correspondencia y no por interés.

(P. JLSS)