“Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar…” es muy interesante reconocer como Moisés se encuentra con Dios, le llama mediante la zarza que ardía sin consumirse y ubicándole acerca de su presencia: «quítate las sandalias».

Quienes seguimos a Jesús sabemos que el sufrimiento puede ser muy escandaloso, pero el único que tiene la última palabra es Dios; cómo Moisés acerquémonos al Señor con el mismo interés de ver porque su fuego no se consume y descalzos reconociendo la presencia divina en el crucificado.

Dejemos que la gracia de Dios quite todos nuestros miedos y sea ella la que alumbre nuestro caminar, para que cuando se nos vengan a la mente dudas similares a la de Moisés acerca de quién somos nosotros para cumplir determinada misión, recordemos lo que Dios responde a Moisés: «yo estaré contigo». Si fuéramos más conscientes de la presencia de Dios a nuestro lado, muchas cosas serían muy diferentes.

Evitemos que cualquier cosa desconocida, incertidumbre o miedo, limiten nuestra experiencia de la misericordia de Dios y la cercanía que Él ha deseado tener para con nosotros. Cuando se nos vengan este tipo de ideas auto condenatorias, recordemos las palabras de Jesús: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien…”

(P. JLSS)