Hay dos expresiones en la liturgia de la Palabra de este día en la que me gustaría que detuviéramos nuestra reflexión, la primera es aquella con la que respondimos a la palabra «busquen al Señor y vivirán» y la segunda, la aclamación anterior al Evangelio «hagámosle caso al Señor que nos dice: no endurezcan su corazón». Dos actitudes fundamentales que debemos tener buscar a Dios con el corazón dispuesto.

En la primera lectura escuchamos el comienzo de la historia de Moisés, cómo es adoptado por la hija del faraón pero nunca pudo olvidar sus raíces hebreas, al grado de defender a uno de las injusticias de los guardias y, por miedo a las represalias, huye de Egipto. Volverá después, pero ahora como liberador.

Por su parte, nuestro Señor Jesucristo le reclama a unos pueblos Corazaín, Betsaida, Cafarnaúm (y a ti y a mi quizá también) el seguir cerrados s Jesús cuando en sus territorios se ha manifestado grandemente él y su poder, ¿Eres capaz de recordar algún beneficio de Dios que en un principio casi era tu «experiencia fúndante y hoy por hoy ya ni te conmueve?

Espíritu Santo graba en nosotros estas dos consignas: nunca cansarnos de buscar al Señor, pero hacerlo siempre con un corazón abierto hacia ti y dispuesto a dejarse transformar por tu gracia. “A ti, Señor, elevo mi plegaria, ven en mi ayuda pronto; escúchame conforme a tu clemencia, Dios fiel en el socorro.”

(P. JLSS)