(Hch 20, 28-38 / Sal 67 / Jn 17, 11-19)

El consejo que da San Pablo a los presbíteros de Éfeso es muy simple, «Miren por ustedes mismos y por todo el rebaño, del que los constituyó pastores el Espíritu Santo, para apacentar a la Iglesia que Dios adquirió con la sangre de su Hijo», todos nosotros debemos tener presente lo mismo, Dios nos ha salvado y nos ha dado alguna responsabilidad, no dejándonos solos, sino con el auxilio del Espíritu Santo.

En la oración que Jesús hace al Padre por sus disicipulos: “No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. Podemos encontrar un buen punto para la reflexión, nuestra preocupación debe estar puesta en reconocernos y comportarnos como personas “de Dios” no “del mundo”.

Procuremos hacer lo que nos toca, no perdamos tiempo en describir lo malo o equivocado del otro, como si eso nos hiciera mejores. Lo que si nos puede ayudar a cambiar es la docilidad y abandono al amor de Dios. ¿Que tanto dejas que Dios influya en tu manera de vivir.

Padre, reconocemos que necesitamos ser más dóciles a tus inspiraciones, por ello te pedimos que envíes tu Espíritu a lo más profundo de nuestros corazones, que no se nos olviden tus palabras: “Hay más felicidad en dar que en recibir”, líbranos de la tentación de ser expertos en describir pero totalmente inexpertos en amar. Quien sólo se fija en los errores ajenos ya dejo de trabajar los suyos. Santifícanos en el verdad.

(P. JLSS)