(1Re 10, 1-10 / Sal 36 / Mc 7, 14-23)
La vida cristiana se fundamenta en el inmenso amor que Dios ha tenido para con uno, en la aceptación de que envió a su Hijo para que acercándonos a Él obtengamos la salvación (Cf. Jn 3, 16-17), por ello cuando venga la dificultad y la tribulación debemos acudir a Jesucristo confiados ene que su Palabra es la Verdad y escuchándola nos santificaremos.
La sabiduría que Dios le concedió al rey Salomón fue algo que impresionó a la reina de Saba, sería bien diferente nuestra vida si dejáramos que el Espíritu Santo fuera lo único que nos iluminara, no nos olvidaríamos jamás de la presencia del Señor, porque “la salvación del justo es el Señor; en la tribulación Él es su amparo. A quien en Él confía, Dios lo salva de los hombres malvados.”
Quien se olvida de la compañía del Señor se comenzará a refugiar en otras cosas por temor, pero pueden llegar a justificarse tan bien que podrían hasta considerarse como algo bueno o beneficioso por eso el Señor nos invita a escudriñar nuestro corazón, porque donde esté nuestro tesoro allí estará nuestro corazón.
Padre Santo que tu Espíritu Santo nos ilumine para tener la humildad de reconocer cuando una conducta nos esté alejando de ti y cuáles son los pretextos por los que justificamos nuestras malas acciones para comenzar a trabajarlo. Porque “lo que sí mancha al hombre es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre.”
(P. JLSS)
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