(1Re 8, 22-23. 27-30 / Sal 83 / Mc 7, 1-13)
Hemos escuchado en la primera lectura la oración que el rey Salomón dirige a Dios el día de la dedicación del templo, evento que nos debería hacer reflexionar acerca del valor que le damos a nuestros templos ¿es un lugar solamente de congregación? ¿Lo concibo como un espacio especial de encuentro con Dios?
Cada uno de nosotros estamos llamados a vivir conforme al amor que Dios nos ha manifestado en Jesucristo, por ello le debemos pedir lo mismo que escuchamos en la aclamación: “Inclina, Dios mío, mi corazón a tus preceptos y dame la gracia de cumplir tu voluntad.” Que mediante su amor se nos antoje vivir como amados por él.
El templo ha de convertirse para nosotros nuevamente en un signo material de la presencia del Señor en medio de nosotros, sumándole nuestra fe en la presencia real del Señor en la eucaristía reservada en nuestros sagrados, que hace de ellos un lugar por demás importante y en el que debemos sentirnos cuidados, acompañados y protegidos.
Pidámosle al Señor que nos conceda mayor sensibilidad a su presencia entre nosotros, que nuestra perseverancia se base en la vivencia del don de Dios y no meramente en un cumplimiento normativo. No sea que después el Señor pudiera reprocharnos como a los fariseos: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí…” hagámonos hábiles en vivir el amor de Dios, no nos entretengamos solamente en evitar lo “malo”.
(P. JLSS)
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