(1Sm 3, 1-10. 19-20 / Sal 39 / Mc 1, 29-39)
Hemos escuchado en el Evangelio como era una jornada de Jesús: después de ir a la sinagoga, cura a la suegra de Pedro y a muchos enfermos, libera a poseídos, a la madrugada, cuando estaba muy oscuro, se va a orar a un lugar solitario. Enseñándonos la necesidad que tenemos todos de hacer oración.
Quien no esta al pendiente de lo que Dios le quiere decir puede perderse, para conocer a cualquier persona necesitamos dialogar con ella, “mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” ¿Procuramos escuchar al Señor? ¿Le buscamos en su Palabra? ¿Nos dejamos conducir hacia él?
Muchas veces el Señor se acerca a nosotros pero las distracciones y ocupaciones de la vida no nos dejan tener claridad, debemos aferrarnos a él para no ser derrumbados (2Cor 4, 7-10), es en esos momentos en los que más nos debemos poner a disposición del que nos puede librar de todo eso y decirle como Samuel: “habla Señor; tu siervo te escucha”.
Sigamos el ejemplo de nuestro Señor que oraba mucho y por ello tenía claridad en sus decisiones y en la aceptación de la voluntad del Padre para su vida. Por ello ante el “todos te andan buscando” no permitió que la vanidad le ganara ni la euforia de la gente y dijo “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Solamente siendo auténticos tendremos plenitud en nuestras vidas, quien solo busca la aprobación ajena, tarde o temprano se fallara a sí mismo.
(P. JLSS)
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