MIÉRCOLES – SEMANA I DE CUARESMA

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(Jon 3, 1-10 / Sal 50 / Lc 11, 29-32)

Hemos escuchado en la primera lectura la vocación de Jonás, como al cumplir con lo que Dios le había encomendado es capaz de conducir a los habitantes de Nínive al arrepentimiento frente a Dios. Ellos se dejaron conducir a Dios, habría que preguntarnos que tan dispuestos estamos también nosotros para ello.

La cuaresma es un tiempo de preparación para reconocer todo el amor que implica el sacrificio de nuestro Señor, todas nuestras prácticas podríamos inspirarlas en las palabras del salmo: “Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu.”

Las palabras que el Señor dice a la multitud que se apiñaba a su alrededor, escuchémoslas como dirigidas hacia nosotros: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.”

Al ver la imagen del crucificado ¿reconoces la misericordia del Señor? San Pablo hablando de la justificación enseña que la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando aun éramos pecadores (Cf. Rm 5, 6-8). Escuchemos al señor que nos dice: “Todavía es tiempo, conviértanse a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso.”

(P. JLSS)

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