(Is 25, 6-10 / Sal 22 / Mt 15, 29-37)

Creer en Jesucristo debería generar en cada uno de nosotros mucha tranquilidad, no deberíamos dejar que cualquier cosa nos atemorizara. Pero también, nuestra fe debería llevarnos ha estar bien atentos para recibirle, para salir a su encuentro ¿te emociona y llena de alegría pensar tu encuentro con el Señor?

Además que sabemos que nos ama infinitamente y cada que nos surgiera la duda por alguna circunstancia debería surgir la certeza “por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad.” Siempre está al pendiente de nosotros.

En el Evangelio escuchamos al Señor atento de quienes les seguían, no es indiferente a las necesidades más básicas: «Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque pueden desmayarse en el camino.» provoca en los discípulos interés por las necesidades del otro y lo remedia utilizando lo que se le pone a su alcance.

Dios quiere venir a cada uno de nosotros, debemos estar atentos a su paso frente a nosotros, siempre que llega trae paz. Abandonémonos a su amor y a su gracia, recordemos la enseñanza de san Agustín: «Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.» jamás nos deja desamparados, pero si llegara hoy a tu vida ¿tendrías la capacidad para recibirle o tu mente está en otra parte?
 
(P. JLSS)