MARTES – SEMANA XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Zac 8, 20-23 / Sal 86 / Lc 9, 51-56)

Uno de las frase más hermosas de la Sagrada Escritura la encontramos en el Evangelio de San Juan, después de anunciar que tanto nos ha amado Dios que nos dio a su Hijo para que creyendo en Él tengamos Vida Eterna, dice “porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que éste se salvara por medio de Él” (cf. Jn 3, 16-17)

Debemos tener presente siempre que “el Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida por la redención de todos”, no vino a condenarnos sino a ofrecernos todo lo que necesitamos para ser libres y plenos… si tu forma de vivir manifiesta otra cosa seguro es porque no le estás prestando mucha atención a su amor, andas por otros rumbos.

Quien conoce a Jesucristo y se ha dejado amar por Él se hace más paciente, es más tolerante y no se desesperará tanto con el otro. Cosa contraria a lo que les pasó a Santiago y Juan, que ante el rechazo que le hicieron al Señor, ellos quieren reaccionar sobre esta ciudad y le preguntan, “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?. Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió.”

Este día, Padre Celestial, venimos ante ti para pedirte que nos enseñes a ser cada vez más dóciles al amor, estamos viviendo un tiempo de demasiada competencia, muchas veces exagerada y sin sentido, y en esta vorágine podemos caer en la impaciencia e e intolerancia… queremos ser tus testigos en el mundo y sabemos que sólo lo lograremos por nuestra capacidad de amar al prójimo. Danos un corazón semejante al tuyo.

(P. JLSS)

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